Separados para Dios

Separados para Dios

“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”. (Hebreos 13:12)

1. CAMBIO DE ADN
Cuando Dios creó a Adán, le dio un ADN puro, sin contaminación, que ubicaba al hombre en un linaje superior a cualquier otra criatura en el universo. Sin embargo, cuando él pecó, su código genético, el cual provenía directamente de Dios, fue radicalmente alterado. Adán perdió su pureza, su santidad y todos los privilegios que tenía como hijo de Dios. Su pecado trajo muerte a su espíritu, y como todos somos descendientes suyos, la marca de la maldición nos alcanzó.
Para que Dios nos pudiera salvar de esa marca del pecado, sólo había una manera, y era por medio de Su Hijo Jesucristo. Por eso cuando Jesús vino a la tierra traía en sus venas un nuevo código genético, no el de sus padres terrenales, más el de Su Padre Celestial. Era un ADN puro, sin mancha, libre de pecado y de maldición. Por eso el primer Adán fue un hombre terrenal, pero el último Adán vino del cielo.
“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante” (1 Corintios 15:45).
Recibir a Jesús en nuestro corazón como nuestro salvador y como el dueño de nuestra vida, es recibir un nuevo código sanguíneo y esto será como la “visa” que nos permitirá entrar en el reino de los cielos.

2. LA OPRESION ES QUITADA
El pecado o la maldición son como argumentos legales que el adversario tiene en nuestra contra. Es por eso que muchas personas, al haberle fallado a Dios, experimentan la culpabilidad y la acusación por parte del enemigo de una manera tan fuerte que sienten que no son dignos del perdón de Dios, o sienten que hay una barrera en la comunión con Él, o tal vez sienten una opresión espiritual que no los deja ser libres.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1).

La Palabra nos enseña que aquellos que han pasado por la Cruz del Calvario, han entendido Su sacrificio y han confesado el poder de Su Sangre, son rescatados de la acusación, y ninguna condenación puede venir a manifestarse, porque tienen una nueva naturaleza y su andan conforme al Espíritu, es decir, en santidad, en el temor reverente al Señor y obedientes a los principios de la Palabra.

3. ALIENTO DE VIDA
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7).
Lo que nos hace diferentes a las otras criaturas es el aliento de vida de Dios.
La palabra “aliento” en hebreo es “ruah”, que es “un aliento gutural sostenido, que proviene de lo profundo de Dios, soplando en el hombre para darle vida” (definición dada por el Doctor Derek Prince).
La persona que no tiene el “ruah” de Dios no puede vivir la vida cristiana y no tiene el brillo que da el tener a Cristo en el corazón. Quienes no lo tienen a Él, aunque prosperen, sus riquezas no perduran.
Cuando Dios nos creó, sopló en nosotros el “ruah”, Su aliento. Por causa del pecado del hombre, el “ruah” se fue, pero cuando el hombre se reconcilia con Jesús, ese aliento de vida vuelve y se ve reflejado en todas las áreas de su vida. Es importante hoy entender que para entrar en la prosperidad y la plenitud de la vida cristiana, debes asegurarte que tengas ese aliento por parte del Espíritu de Dios.

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